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Julio Verne: el visionario de la aventura y la ciencia

Los inicios

La historia de un hombre que dibujó el futuro no puede empezar en las bibliotecas polvorientas, sino en el puerto de una ciudad francesa. Julio Verne nació en Nantes en 1828, una urbe marcada por el ir y venir de barcos que llegaban de los confines del mundo. Desde su ventana, un joven Verne observaba las velas hincharse al viento, escuchaba los relatos de marineros curtidos en mil tormentas y soñaba con travesías a tierras lejanas. Esa fascinación infantil por la aventura y la exploración, alimentada por el rumor del Atlántico, sería la semilla de todo lo que vendría después.

A pesar de que su padre lo encaminó hacia la carrera de Derecho en París, su corazón seguía en los mares y en la imaginación. La abogacía no era para él; su verdadera pasión se encontraba en el teatro y, más tarde, en la escritura. En la efervescencia cultural del París del siglo XIX, conoció a figuras como el editor Pierre-Jules Hetzel. Este, un visionario por derecho propio, reconoció en Verne un talento singular para combinar la narrativa de aventuras con la ciencia y la tecnología, que en ese momento estaban en plena eclosión. Juntos, crearon la serie de novelas que lo inmortalizaría: los «Viajes extraordinarios».

Conviene hacer un paréntesis para contar una anécdota del editor. París en el siglo XX es una novela escrita por Julio Verne que fue publicada por primera vez en francés en ¡1994! Es considerada como la «novela perdida», ya que fue escrita en 1860 y se mantuvo oculta durante más de ciento treinta años. ¿Porqué? El editor la rechazó por su visión pesimista del futuro. Se lo explicó en una carta: «`[…]Ha emprendido usted una tarea imposible y —como sus predecesores en cosas análogas— tampoco ha conseguido llevarla a buen fin. Está cien pies por debajo de Cinco semanas en Globo. Si la vuelve a leer estará de acuerdo conmigo. Es periodismo barato y sobre un tema nada afortunado […]». El manuscrito fue olvidado en una caja fuerte hasta que en 1989 su biznieto Jean Verne, lo encontró.

Cuanto y que escribía

Primera edición de Veinte mil leguas de viaje submarino.

La producción literaria de Verne es un vasto océano de imaginación. De sus manos nacieron novelas que no solo entretenían, sino que educaban e inspiraban. En Viaje al centro de la Tierra (1864), nos arrastró a un mundo subterráneo de maravillas geológicas. Con Veinte mil leguas de viaje submarino (1870), nos presentó al enigmático Capitán Nemo y su prodigioso submarino, el Nautilus, anticipando con asombrosa precisión la tecnología submarina. Y en La vuelta al mundo en ochenta días (1873), nos hizo partícipes de una carrera contra el tiempo que, a pesar de sus excentricidades, se basaba en la viabilidad de los medios de transporte de la época.

Pero lo que realmente le distinguió fue su capacidad para hacer que lo fantástico pareciera posible. Sus escritos no eran meros cuentos de hadas: estaban meticulosamente documentados. Verne pasaba horas investigando, consultando mapas, manuales de ingeniería y tratados científicos para que cada uno de sus viajes se sintiera anclado en una realidad plausible. Él no se limitaba a inventar: extrapolaba. Tomaba la ciencia de su tiempo y la proyectaba hacia un futuro que, aunque lejano, se sentía tangible.

El legado

Primera edición De la Tierra a la Luna

La influencia de Julio Verne en la literatura de ficción científica es un legado que perdura y se expande. Se le considera uno de los padres fundadores del género, junto a H. G. Wells, pero su enfoque fue diferente. Mientras Wells a menudo exploraba los peligros y la naturaleza distópica de los avances tecnológicos, Verne veía en la ciencia una herramienta para el progreso humano, un motor para la aventura y la superación.

Él no solo plantó la semilla de la ciencia ficción: la regó y la hizo florecer. Sus ideas inspiraron a generaciones de científicos, inventores y exploradores. Desde el submarino hasta el cohete, la lista de tecnologías que sus novelas parecieron anticipar es asombrosa. Pero más allá de las predicciones, el verdadero poder de Verne reside en su capacidad para recordarnos que la imaginación es el primer paso hacia la realidad. Nos enseñó que el conocimiento no es un fin en sí mismo, sino un trampolín hacia lo desconocido. Por eso, incluso hoy, cuando la exploración espacial y la tecnología superan con creces sus ficciones, seguimos volviendo a sus páginas, no para ver lo que predijo, sino para recordar la emoción de soñar con lo que podría ser.

Falleció hace 120 años, el 24 de marzo de 1905.

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