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IBERIA: un capítulo

Emplea no menos de tres meses

en preparar tus artefactos y otros tres

para coordinar los recursos para tu asedio.

El arte de la guerra

Sun Tzu

4 de febrero de 1580

muere un rey

El atardecer es espectacular, propio de esos días de invierno en los que el Sol reina sin calentar. Los tonos rojizos y anaranjados inducen una paz interior a aquellos que tienen la fortuna de poder contemplarlo sin otras preocupaciones más materiales. Él no tiene ese tipo de preocupaciones.

Desde su posición privilegiada en el segundo piso del Alcázar, se divisa un amplio espacio de recreo al que se acce por dos escalinatas idénticas de mármol blanco y rosado. A la derecha, un cuidado jardín con varios caminos bordeados por rosales y jacintos, enredaderas de jazmines y celindas, que dan sombra a algunos bancos situados de forma estratégica, perfuma el ambiente. En el centro, destacaba un gran estanque con peces de colores y cisnes que pasean plácidamente. En el surtidor situado en medio se puede ver, a veces, con el reflejo del Sol, el arco iris y soñar con El Dorado. A la diestra, un gran laberinto de veinte por veinte varas con setos de tres varas de altos. Ve a la perfección la entrada y la salida. ¡Cuántas veces habrá jugado en él! El jardinero mayor le enseñó de bien pequeño cómo llegar con facilidad a la salida, conocimiento que utilizó para despistar a los edecanes cuando lo vienen a buscar. Pero ahora tiene otro laberinto mucho mayor del que no conoce, aún, la salida: el Imperio.

Tan abstraído estaba que no oye que se abre una puerta a su espalda. Entra el ayuda de cámara, Bernardo Hernández de Quirós que con un tono suave, no quiere sobresaltarlo, y dice:

Majestad. —Ante el silencio, eleva un poco la voz y vuelve a decir:— Majestad. —Y esta vez, sí.

Dime Hernández.

Se ha vuelto ligeramente y fija sus ojos en el ayudante con una mirada algo molesta por la interrupción. A Bernardo no le gusta esa mirada del hombre más poderoso del mundo, Felipe II, y teme un posible reproche del monarca de todos los Reinos, Estados y Señoríos hispanos, además de las posesiones que tienen fuera de la península los distintos reinos, como Sicilia, Nápoles, Cerdeña, Borgoña, Países Bajos, el Milanesado y la Toscana, así como en las Indias Orientales y en África.

Aunque el rey no es muy alto, su caminar siempre erguido impresiona, su cabellera y perilla rubias que a sus cincuenta y tres años comienzan a blanquear, su semblante serio y adusto, poco dado al humor, surcado por algunas arrugas más propias del ejercicio de su poder que de la edad, añaden autoridad a su imagen.

Majestad, acaba de llegar un correo de Lisboa. —dice Bernardo al mismo tiempo que hace una reverencia y le entrega un pergamino enrollado y lacrado.

Gracias, puedes retirarte. —Coge el mensaje y se sienta en un banco forrado de terciopelo violeta, cerca del balcón que da al jardín. Rompe el lacre y lee.

«Magestad, esté vuestra merced en buen estado de salud para servir como siempre a Dios y ampare a todos los cristianos del mundo.

Servirá ésta para haceros saber que el día 31 de enero de nuestro Señor, ha fallecido el Rey Don Enrique, que Dios acoja en su seno.

Como vuestra Magestad sabe, es el legítimo heredero al trono de Portugal por herencia de vuestra muy reconocida madre Doña Isabel. Lo que suplico a VMI que no tenga pena y lo mismo digo de mis señores de acá.

Lo que, señor, os ruego es que viniendo acá, vengáis en compañía lo antes posible. Conviene su augusta presencia lo antes posible ya que hay algún otro, que sin merecerlo, quiere reclamar su derecho. Porque Portugal en poder ajeno cada día valdrá menos.

Su siempre servidor

Danilo Alvés»

Felipe relee por segunda vez la carta del secretario de estado portugués. Y sonríe. ¡Por fin!, la salida del laberinto se ve al final. Su más ansiado sueño está a punto de hacerse realidad: volver a la Hispania visigoda y romana que nunca debería haberse fragmentado. Los tres reinos, Castilla, Aragón y Portugal y los Algarves bajo su corona, junto con los señoríos y los otros Estados. Las posesiones de las Indias y territorios de ultramar portugués engrandecerán el Imperio y podrá, por fin, dedicarse a luchar contra el infiel. Pero todavía quedaban algunos recovecos antes de llegar al final del laberinto y no se le escapa la sutileza del secretario de estado cuando escribe que vaya «en compañía».

El embajador en Lisboa, el duque de Osuna, lo informa puntualmente de las conspiraciones que se desarrollaban en la Corte portuguesa. El rey Sebastián, sobrino de Felipe, que fue declarado mayor de edad con catorce años, muere en una expedición militar a Marruecos para combatir a los infieles en una desastrosa batalla para las fuerzas portuguesas en Alcazarquivir.

Felipe insistió ante el rey de Portugal en lo inapropiado del ataque a Larache. Tenía una poderosa razón. Su enviado especial ante el turco, Giovani Margliani, había conseguido «la suspensión de armas» por un año más y eso afectaba no solo al imperio hispano y al otomano, sino a los aliados respectivos, entre ellos el gobernador de Fez.

Una vez conseguida esta tregua, Felipe quería darle mayor duración a fin de ocuparse de otros «negocios», Francia, Países Bajos y la Sede Apostólica. No quería tener la espada de Damocles de una nueva flota turca por el Mediterráneo.

Pero el rey Sebastián no le hizo caso y partió de Lisboa con una flota de unos seiscientos barcos a bordo de los cuales iban casi todos los nobles de Portugal y unos diecisiete mil soldados. El 4 de agosto de 1578 Portugal sufrió en Alcazarquivir una de sus más importantes derrotas, que incluyó la muerte de su rey. El gobernador de Fez exigió tres millones de ducados por el rescate de sus seis mil cautivos. Felipe participó de forma activa en el rescate aportando fondos de la Hacienda real, con la esperanza de ser cada día más querido por el pueblo portugués.

El veintitrés de agosto el Consejo de Regencia de Portugal, acordó que el cardenal Enrique, anciano y enfermizo, que a la fecha tiene sesenta y seis años, y una salud delicada, «debía servir como gobernador y defensor» y cinco días más tarde, le nombran rey de Portugal. Casi desde el día siguiente al nombramiento y debido a la delicada salud del rey Enrique, comenzaron las intrigas en Portugal para situarse en buena posición para ser nombrado heredero. Los movimientos de Felipe II para reclamar para sí ser el sucesor del rey-cardenal se hicieron evidentes. En las cancillerías europeas y en Roma, preocupaba la delicada salud del rey de Portugal por lo que también se posicionaron a favor de unos u otros candidatos. Sin duda, no era de agrado de casi nadie en Europa que Felipe II acumulara tal poder, uniendo los tres reinos peninsulares junto con sus territorios de ultramar.

De los diversos posibles herederos del trono, Felipe sabía que solo tenían alguna posibilidad de competir contra él, doña Catalina de Braganza y don Antonio de Portugal, prior de Crato.

Catalina de Braganza estaba muy bien posicionada. Contaba con el apoyo del rey-cardenal, de la Compañía de Jesús y el temor de las principales potencias europeas -entre ellas Francia e Inglaterra y el propio Papa-, al aumento de poder de Felipe en caso de que se coronara rey de Portugal, y por consiguiente, la Unidad Ibérica. Al final, el esposo de Catalina, un duque avaro y orgulloso que no quería exponer ni sus riquezas ni ducado en una partida contra un enemigo del nivel de Felipe II, convenció a su esposa para que desistiese de sus pretensiones sucesorias.

A Felipe quien le preocupaba era el prior de Crato, hijo natural del infante Luis de Portugal, por tanto nieto del rey Manuel I el Afortunado y sobrino de Enrique I de Portugal, el actual rey.

Esta era la principal desventaja de Antonio, ser hijo ilegítimo, hábilmente aprovechada por Felipe. El rey-cardenal Enrique, compartía la opinión de Felipe, por lo que en su calidad de legado apostólico, emitió una declaración formal de ilegitimidad contra su sobrino.

Antonio reclamó a Roma, buscó el apoyo del rey de Francia y, al mismo tiempo, negociaba con Felipe al que reconocería como «heredero presuntivo». A cambio pedía que se le nombrara «gobernador perpetuo» de Portugal y sus dominios de ultramar, y se le concediese un gran número de mercedes. Al mismo tiempo, se presentaba ante el pueblo como el adalid de las libertades de Portugal en busca de una aclamación como rey en cuanto su tío, el rey Enrique, muriera. Esta actitud errática del prior, obligó al rey portugués a desterrarlo de su corte.

Felipe sabía que tenía buenas bazas en Portugal. Su agente, don Cristóbal de Moura, portugués que había estado al servicio de la infanta doña Juana en Madrid, estaba tejiendo una red de alianzas con la nobleza y el alto clero, con la sola excepción del muy influyente obispo La Guardia que se inclinaba a favor del prior, aunque en una reciente carta Cristóbal decía de él que «es persona de poco entendimiento».

El anciano rey-cardenal decidió convocar las Cortes en Almeirim para confirmar la definitiva ilegitimidad de don Antonio, prior de Crato, decidiendo que fuera Felipe II el heredero legítimo. Pero él sabe que hay tensiones y toma una decisión en defensa de sus legítimos derechos sucesorios. Llama a su ayudante de cámara.

Majestad. —dice con una profunda reverencia.

Hernández, informa a los principales que el rey se trasladará a Guadalupe para pasar en recogimiento la pasión de nuestro señor Jesucristo. Aunque hay tiempo, que esté todo dispuesto para el viaje. Que se prepare un correo con destino a Lisboa. —Se sienta en la mesa a escribir una carta al embajador.

«Señor Embajador don Pedro Téllez-Girón, duque de Osuna.

He tenido conocimiento del fallecimiento del anciano rey-cardenal, que Dios lo guarde en su gloria. Os ruego que transmitáis mis condolencias a sus allegados, a la Corte y a todo el pueblo portugués.

Con las noticias que con frecuencia me enviáis y las de don Cristóbal de Moura, considero que existen ciertas posibilidades de que mis justos y legítimos derechos sucesorios se puedan obstaculizar por parte de Don Antonio, el prior de Crato. Poseo información de que ha conseguido grandes sumas de dinero de los judíos portugueses y está en contacto con los ingleses y con Guillermo de Orange. En consecuencia, he tomado las siguientes decisiones para que vuestra merced informe a los gobernadores interinos.

1: El Rey se instalará en el Monasterio de Guadalupe, para recogerse en esta Semana Santa, el tiempo que considere conveniente.

2: Traslade a las Cortes portuguesas que todos los cargos que designe cuando tome posesión, salvo la regencia, estarán desempeñados por portugueses y tendrán la misma consideración que los de los Estados sometidos a mi corona. Se ayudará a Portugal en todo, las Cortes portuguesas no serán abolidas y se suprimirán los puertos secos existentes a ambos lados de la raya.

Esperando que al recibo de esta esté bien.

El Rey»

Y una segunda al secretario de Estado portugués.

«Al secretario de Estado, don Danilo Alvés.

Lamento profundamente la muy triste noticia de la muerte del muy querido rey Enrique I que Dios tenga en su gloria.

Agradezco sus palabras de aliento y le informo que he decidido hacer uso de mi derecho legítimo como sucesor al trono de ese amado reino de Portugal.

En unos días estaré en el Monasterio de Guadalupe para recogerme en la Semana Santa de nuestro Señor Jesucristo. Con posterioridad, la Corte se establecerá en Badajoz, viniendo acá desde Madrid.

Nuestro embajador, el duque de Osuna, presentará nuestra petición ante los Gobernadores interinos.

En próxima fecha espero que las Cortes de los Tres Estados se reúnan y aprueben la medidas encaminadas a mi aceptación como rey.

Felipe II, el rey»

Una vez firmadas las dos cartas, las dobla, lacra cada una con el sello real y se la entrega a Hernández que ha estado de pie a unos metros de distancia.

Que salga de inmediato el correo y que se prepare otro para ir a Uceda. —El rey quiere tomar medidas que le garanticen la consecución de sus objetivos. A Felipe II se le reconocen sus dotes diplomáticas, y en especial saber adelantarse a los acontecimientos. En Uceda está confinado el duque de Alba, por un pequeño incidente en la Corte, decisión necesaria para aplacar tensiones entre la nobleza y los eclesiásticos. Necesita al mayordomo mayor para los planes que tiene para Portugal.

Se hará como Vuestra Majestad ordena. —contesta el ayudante de cámara.

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