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GRIS, una distopía

Un cielo plomizo encuadraba la ciudad, el ambiente pesaba. Hacia el sur apenas unos esqueletos de los edificios. Las pocas personas que se atrevían caminaban en silencio, mirando al suelo sin ver, sus cenicientas expresiones solo eran reflejo de la ciudad.

Montmatre ya no era Montmatre. Ni cafés ni espectáculos, nada. Era un barrio muerto.

El Barrio Latino apenas sobrevivía añorando tiempos mejores. Dos ancianos decrépitos intentaban vender unos cuadros pintados años atrás.

Aquel museo, envidia mundial, era apenas un montón de cascotes y cristales. En su interior, ardían unas fogatas para calentar a alguna familia.

La otrora símbolo de la ciudad, languidecía por la corrosión del óxido. Una torre con siglos de historia con la herrumbre como dueña y señora.

La Sorbona casi había desaparecido. Apenas unas decenas de alumnos acudían a clase. Ningún alumno en mi Facultad de Filosofía, ¿a quién le interesa el alimento espiritual cuando hay que buscar el alimento del cuerpo?

El Sena… ¡Ah, el Sena! Que infantil delicia chapotear junto a Pierre y Marlene en apenas veinte centímetros de aguas marrones.

París, la Ciudad de la Luz, se había apagado. El gris había dejado de ser un color, el gris era la vida

 

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1 comentario en «GRIS, una distopía»

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