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CRISIS CLIMÁTICA (2)

UNA REALIDAD OBSERVABLE

El actual cambio climático es diferente al de otras épocas. Esencialmente, por dos razones: 1) la emisión de gases de efecto invernadero que incrementan el efecto invernadero, es decir, la capacidad de la atmósfera para retener calor y 2) su velocidad, ya que está ocurriendo muy deprisa sin que la naturaleza y las especies que habitamos la Tierra, tengamos tiempo de adaptación a la nueva situación.

A través de numerosos estudios, los científicos aportan numerosos datos contrastados que permiten una observación de esta realidad. Sin duda, en cada zona del planeta estos cambios adquieren unos rasgos determinados. Pongamos que hablamos de España.

Según el Ministerio para la Transición Ecológica, hay cuatro claramente observables:

  1. Alargamiento de los veranos, estimados por la AEMET en casi cinco semanas desde los años 70 del pasado siglo.

  2. Disminución de los caudales medios de los ríos, en algunos casos más del 20% en las últimas décadas.

  3. Expansión del clima semiárido con más de 300.000 km2 de nuevos territorios semiáridos en las últimas décadas.

  4. Incremento de las olas de calor, cada vez más frecuentes, más largas y más intensas.

Es evidente que si no conseguimos modificar nuestro comportamiento de forma eficaz y rápida, veremos cómo las consecuencias se van agudizando. Según los expertos, las previsiones serían aumentos de la temperatura, tanto en sus niveles mínimos o máximos, una disminución moderada de la nubosidad y de las precipitaciones, unos períodos de sequía más prolongados y frecuentes, así como de las olas de calor.

La gravedad de la situación, originó una reacción internacional, en gran medida gracias a la presión de la ciudadanía sobre sus gobiernos. Ello llevó, en aquel lejano 1992, a que un numeroso grupo de países adoptaran el acuerdo de «evitar interferencias peligrosas en el sistema climático», en la denominada Convención Marco de Naciones Unidas Sobre el Cambio Climático. Año tras año, los países fueron afinando sus objetivos y compromisos. A esta reuniones se las denomina Conferencias de las Partes, conocidas por sus siglas en inglés, COPs, la última de ella celebrada en Madrid en 2019.

Convine señalar y destacar, la COP21 celebrada en París en 2015, que marcó un hito importante en la lucha por frenar el cambio climático. Se alcanzó un gran acuerdo centrado en tres objetivos:

  1. Mantener el aumento global de la temperatura por debajo de los 2ºC, persiguiendo el objetivo del 1,5ºC, fijado como mínimo por el Panel de Intergubernamental sobre el Cambio Climático (IPCC formado por miles de científicos).

  2. Aumentar la capacidad de adaptación al cambio climático, promoviendo un desarrollo con bajas emisiones de gases de efecto invernadero.

  3. Orientar los flujos financieros para lograr un desarrollo resilente al clima y de bajas emisiones.

Sin embargo, este importante acuerdo de mínimos entre las partes, ha tenido una muy desigual continuidad, dado los obstáculos colocados por países que se resisten a tomar medidas adecuadas para conseguir los objetivos marcados. Veamos las dos últimas, la COP24 y la COP25.

UN ACUERDO DE MÍNIMOS EN KATOWICE (Polonia). A pesar de un retraso de 24 horas, producto de las importantes desavenencias entre los países, terminó la COP24 alcanzándose un acuerdo de mínimos. Esta importante cumbre sobre el clima, sobre la aplicación del Acuerdo de París, no consiguió satisfacer la esperanza de la mayoría de los países, de poder reducir los niveles de contaminación por el CO2. En mi tierra hay un dicho que nos da una pista sobre lo sucedido: ni sí ni no, sino todo lo contrario.

Para entender lo sucedido, conviene ver el contexto en el que se celebraba. La situación que rodeaba a COP24 era muy descorazonable. Existía una “alianza” de hecho entre los países productores de energía fósiles, EEUU, Rusia, Kuwait y Arabia Saudita, que no estaban en absoluto dispuestos a ceder posiciones de dominio económicas y geoestratégicas.

EEUU, a través del Departamento de Estado, había dejado claro su posición respecto al Informe del IPCC: “Los Estados Unidos estaban dispuestos a tomar nota del informe y expresar su agradecimiento a los científicos que lo desarrollaron, pero no a darle la bienvenida, ya que eso denota la aprobación del informe. Como hemos dejado en claro en el IPCC y en otros organismos, Estados Unidos no ha respaldado las conclusiones del informe”. Y el asesor en clima y energía del presidente Donald Trump, Wells Griffith, en la COP24, «EEUU tiene abundancia de recursos naturales y no los va a dejar bajo tierra”. Además de los países citados, Australia y Polonia se han alineado en una especie de foro en torno al “carbón limpio”.

Habría que añadir para redondear, que tanto EEUU como Brasil, habían anunciado su disposición a salirse del Acuerdo de París. De hecho, Trump le dijo (a través de twitter, claro) al Presidente francés Macron, que baje los impuestos para devolver a los franceses el dinero robado con los grávemes a los combustibles.

En lado contrario, Alden Meyer, de la Union of Concerned Scientists, señalaba a Associated Press: “Es una vergüenza que la principal superpotencia científica se ponga en una posición de no creer un informe elaborado por a la comunidad científica global, incluyendo un gran número destacado de científicos estadounidenses”

Tal como se comentaba en los pasillos y comidas de Katowice, hay muchos países con problemas internos que no les permiten centrarse en promover firmemente medidas eficaces para combatir la degradación del clima: el Brexit, la sucesión de Merkel en Alemania, los chalecos amarillos de Francia,… Todo en la Unión Europea. Precisamente de donde salen las posiciones mas claras para tomar esas medidas eficaces. Pero la Comisión había dejado caer «que no es un momento adecuado para poner más ambición encima de la mesa», según comentó el comisario de Acción Climática, Miguel Arias Cañete, en un encuentro informal con los medios.

Como consecuencia de esta situación, en el marco de la COP24 se formó una alianza de 30 países por un futuro descarbonizado, la llamada Alianza de la Ambición, encabezada por la UE y China, así como otros países menos desarrollados y vulnerables.

En este contexto, la reunión debería haber finalizado con un acuerdo. Sin embargo, hubo que postergarla ante la imposibilidad de los países de conseguir un texto que concretase la letra pequeña del Acuerdo de París, es decir, unas reglas comunes para todos. El Informe del IPCC ha sido el meollo de la cuestión. Se nos acaba el tiempo, son 12 años claves para poder mantener el calentamiento global del planeta en 1,5º de aumento como máximo y 0º para 2050. El Secretario General de la ONU, António Guterres, realizó una dramática llamada de atención, “sería suicida e inmoral fracasar aquí y ahora”. Finalmente, se salvó el posible boicot de Brasil por su resistencia a la modificación del mercado del carbono, donde se compra/vende la cantidad de emisiones que pueden realizar países o industrias. Brasil tiene el pulmón del planeta, la selva amazónica, amenazada de deforestación por las políticas del Presidente Bolsonaro.

Se consiguió un acuerdo de compromiso, respecto al Informe del IPCC: dar la bienvenida a la publicación del Informe (nótese la matización: publicación, no datos). Así mismo, se ha habilitado un Libro de Reglas, que permitirá la transparencia en las medidas que tomen cada país. Habrá una base de datos donde se podrá consultar lo que pretender hacer y hace cada país firmante. Se pretende que esto sirva de presión de unos países sobre otros. También se articulan controles para determinar el flujo de ayudas económicas de los países desarrollados hacia los menos o los más vulnerables. Se han quedado algunas preguntas en el aire que los asistente postergaron a COP25 en Chile, que finalmente se celebró en Madrid, aunque con presidencia chilena.

Hay que destacar que España, a través de la Ministra Teresa Ribera, jugó un positivo papel dentro de la UE y la COP24. El camino escogido por el Gobierno español de favorecer la descarbonización del transporte y la energía, ha sido un punto de apoyo para otros países.

Y ¿que ha ocurrido en la COP25? Como curiosidad, que indica lo dificultoso de conseguir acuerdos, es que ha sido la más larga de la historia, por los reiterados retrasos en las reuniones para poder llegar a un acuerdo de mínimos que vinculara a los 200 países presentes, en el cumplimiento de los objetivos del Acuerdo de París, que deberían comenzar en este 2020.

Se ha conseguido un acuerdo de que en el año 2020 los países elaboren planes de reducción de emisiones de carbono «más ambiciosos» (el lenguaje otra vez). Una ambigüedad que no satisface a casi nadie, ni a científicos, algunas autoridades ni a la sociedad civil. Se posterga a la COP26, a celebrar en noviembre de 2021 en la ciudad de Glasgow (Escocia), la presentación de estos planes «más ambiciosos».

Sin embargo, si se puede considerar un éxito el que se refleje en el documento que, cualquier política climática debe ser permanentemente actualizada inspirada en los avances científicos. Se menciona expresamente que el conocimiento científico será «el eje principal» para elaborar las decisiones climáticas de los distintos países.

Por otro lado, un acuerdo pendiente, ha quedado postergado para la siguiente COP. El referido a la regulación de los futuros mercados de emisiones de carbono, la compra-venta del C02 que se emite.

Tal como reconoció la Presidente de la COP25, ministra de Medio Ambiente de Chile, Carolina Schmidt, «tengo sensaciones encontradas» con lo resultados obtenidos. «El mundo nos está mirando y espera soluciones concretas y más ambiciosas.

La gravedad de la situación es evidente con la evidencia científica que aporta el Informe del IPCC. Y da las pistas. Hace falta un giro de 180º en la producción energética, en el transporte y la construcción. Potentes inversiones en energías renovables que tengan una capacidad de respaldo cuando fallan por cuestiones climáticas (falta de lluvia, sol o viento), que solo puede ser la de emisiones 0. Si lo urgente es frenar los siete millones de muertos a causa de la contaminación, hay que actuar ya con emisiones 0, cerrando las plantas de energía fósiles.

Más del 90% de los niños del mundo respiran aire tóxico a diario

La Organización Mundial de la Salud (OMS), ha publicado hace unos meses el estudio, Air pollution and child health: Prescribing clean air, con cifras aterradoras. El 93% de la población infantil del planeta está expuesta a altos niveles de partículas que superan los límites establecidos sobre la calidad del aire. En otras palabras, casi 2.000 millones de niños respiran aire sucio a diario. La OMS considera que unos 600.000 niños murieron en 2016 a consecuencia de la polución atmosférica.

Este estudio viene a coincidir con uno publicado en 2016 por UNICEF que señalaba que “la contaminación del aire es un factor importante que contribuye a la muerte de alrededor de 600,000 niños menores de 5 años cada año y que amenaza la salud, las vidas y el futuro de millones más”.

Los niños son especialmente vulnerables a la contaminación del aire, respiran más rápido que los adultos en promedio y toman más aire en relación con su peso corporal. Así mismo, la altura influye. Respiran dos veces más rápido que los adultos, sus vías respiratorias son más permeables y, por tanto, más vulnerables. Sus sistemas inmunes son más débiles y sus cerebros están aún en desarrollo.

Las sustancias contaminantes ultra finas (derivadas, sobre todo, del humo y los gases) pueden penetrar más fácilmente en los pulmones de los niños, irritarlos y causar o empeorar enfermedades mortales. Los estudios revelan que esas partículas diminutas también pueden sobrepasar la barrera hematoencefálica, menos resistente en los niños, y causar inflamaciones, daños en el tejido cerebral y discapacidades permanentes en el desarrollo cognitivo. Cuando una mujer embarazada se expone a sustancias contaminantes tóxicas, estas partículas pueden incluso atravesar la barrera placentaria y dañar al feto.

Una situación crítica que, además, es discriminatoria en el mundo actual. El informe de la OMS destaca que los países con rentas más bajas tienen un mayor porcentaje de riesgo: el 98% de niños de hasta cinco años respiran aire tóxico, en comparación con el 52% de la población infantil en los países con un nivel de ingresos más alto.

Como señalaba Anthony Lake, Director Ejecutivo de UNICEF, “los niños que viven en zonas urbanas y crecen demasiado cerca de zonas industriales donde se queman vertederos o de generadores eléctricos que queman combustibles de biomasa como los excrementos; o los niños de zonas rurales que viven en hogares sin ventilación donde la comida se prepara en cocinas de gas; o los niños refugiados y migrantes que viven en tiendas de campaña llenas de humo de leña respiran día y noche sustancias contaminantes que ponen en peligro su salud, amenazan su vida y debilitan sus oportunidades para el futuro”.

Las elevadas cifras de niños afectados son impactantes. Un informe basado en imágenes de satélite se revela que hoy en día, 300 millones de niños de todo el mundo viven en zonas con niveles de contaminación atmosférica extremadamente tóxicos. «El valor de usar satélites es que pudimos obtener una medida constante de las concentraciones de contaminación del aire en todo el mundo», indica Daven Henze, científico de la Universidad de Colorado Boulder (EE UU).

Cerca de 2.000 millones de niños viven en zonas en las que los niveles de contaminación exceden los estándares mínimos de calidad de aire establecidos por la OMS. Sin embargo, esos datos no dan cuenta de los millones de niños que hay expuestos a la contaminación del aire dentro de sus hogares.

Es urgente la toma de medidas por los gobiernos. Aplicar y extender nuevas políticas en materia medioambiental. En algunos países desarrollados se están dando pasos en esta dirección. Sin embargo aún queda mucho por hacer y, especialmente, en los países en desarrollo con menos recursos

Se debe mejorar la planificación urbana para que las escuelas no se sitúen en las proximidades de las fuentes de contaminación tóxica. Para ello, es necesario mejorar los sistemas de eliminación de desechos e incrementar las opciones de transporte público con el fin de reducir el tráfico de automóviles y las dañinas emisiones de combustibles fósiles que estos producen. Asimismo, se debe invertir en soluciones de energía sostenible y bajas en emisión de CO2 que reduzcan la dependencia de fuentes de energías sucias contaminantes como el carbón, petróleo o biomasa.

Y cuando hablamos de la salud infantil, se nos olvida, casi siempre, la información. Esta es importante para los trabajadores de la salud ya que si saben que un niño enfermo ha estado expuesto a niveles altos de contaminación, les permite diagnosticar enfermedades más rápidamente, tratarlas de forma más efectiva y prevenir los daños adicionales que causa la contaminación.

Proteger a los niños de la contaminación del aire no solo los beneficia a ellos, sino también a sus sociedades, pues reduce los costes en salud, aumenta la productividad, proporciona un entorno más limpio y seguro y, además, da como resultado un desarrollo más sostenible.

La contaminación atmosférica arrastra consigo a las economías y las sociedades, con un coste que ya alcanza el 0,3% del PIB mundial y que sigue en alza.

Citando de nuevo a Anthony Lake “juntos podemos hacer que el aire sea más seguro para los niños. Y como podemos, debemos hacerlo”.

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